De un tiempo a esta parte me está dando mucho que pensar la forma en la que de una u otra manera los usuarios de Internet estamos dando acceso a nuestras vidas a gigantes empresariales para que de una u otra manera puedan comerciar con ellas. Son varios los años que llevo pensando en ello, pero parece que la cosa va a más y creo que ha llegado el momento de que por lo menos reflexionemos sobre ello.
Comencemos por el principio. Bajo mi punto de vista todo comenzó cuando una red social azul con cara de libro empezó a convertir la publicación de información privada en una forma de acercarnos unos a otros. La idea, el concepto, era genial, pero la emoción de esa nueva idea llevó a millones de usuarios a pasar por alto todo lo relativo a protección de la privacidad. Uno ofrecía en la red de forma totalmente inocente su información más personal, ésa que en muchas ocasiones es reacio a dar a cualquier persona de carne y hueso, se la estaba ofreciendo a centenares de millones de usuarios de la gran red. Más tarde llegaron otras redes sociales que te pedían los mismos o más datos para formar parte de ellas. Pues nada, si hay que estar a la última, se está. Datos facilitados, ya me tenéis fichado.
Pero la vorágine de las redes sociales no llegó sola. Uno de los principales promotores de las ingentes cifras que manejaban esos imberbes y talentosos programadores no era otro que ese cacharro cada vez más grande que llevábamos a todas horas en nuestro bolsillo. Llegaron los smartphones y con ellos un silencioso e invisible elemento que aportaba un nuevo valor a las redes sociales, el GPS. Llegaba un nuevo nivel de información para publicar, la información geográfica. Hemos pasado muchos años de nuestra vida intentando pasar desapercibidos, buscar nuestro espacio y ahora resulta que compartimos con el mundo en general cada uno de nuestros pasos. Porque la gracia no es sólo compartir una foto en un lugar especial o un recuerdo que no quieres borrar es informar a las masas de qué, cuándo y sobre todo dónde hago las cosas. Otra amenaza potencial para nuestra intimidad. O acaso a alguien se le ocurriría poner que se va de vacaciones 10 días al otro lado del mundo en un cartel gigante del balcón de su casa. Pues eso más o menos es lo que hacemos si no llevamos cuidado con la forma en la que gestionamos la privacidad en la red, eso pero en vez de a nivel vecindario a nivel mundial.
Pero el gran problema de todo esto no es haber dado nuestra información, es saber qué visibilidad de ella tienen las empresas a las que se la hemos facilitado ¿Pueden las mismas realizar campañas de marketing en base a la información que les he facilitado? ¿Es revendible dicha información? Seguramente el 5% de los usuarios lo sepan, pero me dan un miedo atroz esos millones de personas que ni siquiera son capaces de saber a quién le han dado información tan sensible como una dirección postal o un número de teléfono móvil. Pero aún habían muchos pasos que dar, la cosa no había hecho más que empezar.
De un par de años a esta parte todos vosotros habréis oído por lo menos mencionar el famoso término “está en la nube”, ¿verdad? Pues bien tras esa vaporosa nube existen al margen de un gran número de servicios de mucho interés un almacén con tal nivel de información que el mundo se echaría a temblar si la misma se diera a conocer. Llegados a este punto deberíamos entrar en temas legales sobre la propiedad de la información y demás, pero sin entrar a profundizar enormemente está claro que cierta información a cuya confidencialidad no le concedemos tanto valor queda suspendida en la nube sin saber demasiado bien su nivel de protección. No hace falta irse a servicios súper avanzados para pensar en ello. Sin ir más lejos Google ofrece varios servicios en la nube (Google Contacts, Google Calendar,…) en los que si te despistas puedes compartir información privada no sólo tuya si no de tus diferentes contactos. Y alguno dirá, ¡pues no te despistes! En efecto intento no hacerlo, pero no todo el mundo es igual que yo.
Y si todo esto os parece poco a la vuelta de la esquina se avecina una revolución tecnológica que presumo sí va a obligar a regular la privacidad en Internet de una manera diferente. Se trata del último cacharrito que está preparando Google, las Google Glass. Unas discretas gafas que ofrecen grabación de todo cuanto nuestros ojos ven y cuyas características podéis consultar aquí (Prestaciones de Google Glass). Desde luego a poco que consigan un precio más competitivo que esos 1.500 $ que se presagian por todas partes estamos ante la revolución de esta década. Uno de esos cacharros que veíamos en las películas y no creíamos poder conseguir nunca en nuestras vidas.
Pero todo tiene una contraprestación y es que sin duda esto sería ir un paso más allá a nivel de atentar contra la privacidad. Al fin y al cabo hasta ahora uno era dueño de compartir la información cuándo, cómo y dónde quería, pero ahora las reglas del juego cambiarían. Cualquiera podría compartir cualquier cosa no sólo suya, sino de cualquier que le rodeara. Muchos ven las Google Glass como un Smartphone funcionando el 100% del tiempo, pero tenemos que admitir que no es lo mismo, el hecho de ser un dispositivo tan discreto y que uno no sabe cuando se está usando y cuando no abre un nuevo espacio a la compartición de información. Desde luego sí que parece que Google Glass va a obligar a una profunda reestructuración de la legislación en el ámbito de la protección de datos ya que por ejemplo debería controlarse la publicación de imágenes de menores o la captación de situaciones que tienen lugar en el ámbito privado.
En definitiva se trata de un tema muy sensible en el que todos deberíamos concienciarnos, hay mucho interés y efecto detrás de cada cosa que compartimos en la red y sin llegar a convertirnos en paranoicos deberíamos ser cautelosos. Os lo dice un amante y ferviente defensor y promotor de las redes sociales y alguien que está deseando que salgan las Google Glass para poder comprarse unas. Llevemos cuidado.
Imagen: http://www.fhcmi.org
2 comentarios
Excelente explicación de la realidad actual. Nos movemos por impulsos sin pararnos a pensar en que estamos exponiéndonos al mundo entero sin conocer las consecuencias.
No solo deberá variar la legislación sino que también los planes educativos para informar y enseñar desde pequeños a los niños los pros, contras y riesgos de regalar nuestra intimidad a milones potenciales de personas.
Hola Carlos,
no puedo estar más de acuerdo contigo en cuanto a que no es un tema que concierna únicamente a la legislación. Los propios educadores deberían inculcar a los pequeños la importancia de hacer un uso responsable del acceso a Internet, pero aunque así fuera existe una generación perdida en ese aspecto y difícilmente se les podrá concienciar de lo que se comenta en el artículo. Veremos cómo afecta esto a su desarrollo.
Saludos.